miércoles, 25 de julio de 2007

LOS INDECIBLES II






SIN NOVEDADES EN LA CALLE

Salgo a la calle y no encuentro novedades. Lo de siempre. Me intercepta, como es de costumbre, un joven flaco pidiéndome algún cigarrillo, pero como yo no fumo..., también me detiene el Señor Nanclares preguntándome donde habrá algún bazar cerca que venda broches para poder colgar sus camisas recién lavadas y más tarde me encuentro con la señora Clotilde que viene con su acostumbrada baguette envuelta en papel violáceo y aprovecha para preguntarme cómo viajar hasta la calle Cangallo. Unas cuadras más adelante veo a unos pibes ansiosos por sacar de una alcantarilla una moneda de un peso y a unos negritos descalzos caminando con un pan flauta bajo el brazo. Más tarde, por la avenida Córdoba una multitud de gente sin trabajo detiene al tránsito con carteles y cánticos pidiendo "PAZ, PAN Y TRABAJO", a quienes me acoplo porque yo también soy un desocupado y pido "PAZ, PAN Y TRABAJO". Desde un lujoso auto cero kilómetro detenido por la manifestación se asoma un hombre aparentemente todopoderoso y nos dice a los gritos: "¡Porqué carajo no van a pedir "PAZ, PAN Y TRABAJO" a San Cayetano y se dejan de joder cortando la calle, manga de pelotudos!, ¿no ven que son casi las tres de la tarde y no llego al banco para hacer mis operaciones financieras?". Una mujer envuelta en pieles que pasa por ahí, y que no es más que la señorita Hebe, mi maestra de cuarto grado, apoya totalmente lo que dice el señor del cero kilómetro, por supuesto desaprobando las palabras soeces, y agrega: "¡no hace falta que vayan al San Cayetano de Liniers, por acá hay una sucursal cerca!, ¿no se dan cuenta que por culpa de ustedes voy a llegar tarde a mi sesión de lifting?". La manifestación, ante estas provocaciones se pone más esfervescente y rodea al vehículo del apresurado ejecutivo a quien quieren hacer bajar para fajarlo. La gente se entremezcla y los pierdo de vista. Se me cruzan camarógrafos y hombres y mujeres con micrófonos que quieren registrarlo todo y fuerzas de seguridad que apalean a cualquiera. Me conmueve de pronto, en una esquina, creo que en la de Córdoba y Paraná, una joven mujer, muy sufrida, harapienta, con un pequeño niño en brazos, el que entre sollozos incosolables me llama "papá", "papá"... La pobre mujer me dice (sic): "...yo ya sé que no sos el padre, pero en lugar de darme unas moneditas, por favor reconocelo como hijo tuyo y nos llevás a vivir con vos..., yo ya sé que no tenés problemas, que vivís solo, que te las rebuscás, pero yo, en cambio... ¿qué hago?". Un policía de la Federal, que había escuchado todo lo que me dijo la joven mujer, se entromete y me increpa atacándome a los gritos: "¡Andá a laburar, vago de mierda, con esa pinta de intelectual comunista, con esa barba y esos anteojos, te los voy a arrancar, vas a ver!" y me amenaza con su palo de goma. Y sigue: "¡Andá a laburar, que acá lo que no falta es trabajo, vago de mierda, lo que pasa es que ustedes son los que no quieren laburar, las quieren todas fáciles!". Se entromete un oficinista ágil de los que no faltan y me explica muy práctico: "acá la gente es como fueron los gauchos, o sea vagos, sólo quieren tomar mate todo el día, tocando la guitarra, y coger con la china, y así un país no se construye... un país se construye trabajando, sin ir más lejos el trabajo está acá nomás a la vuelta, en el miniMAX, donde están solicitando repositores... dígame don... ¿porqué no se presenta?". Me da la mano despidiéndose y deseándome suerte mientras me saluda: "Taquini, un servidorrrr...". La mujer con el chiquito en brazos le da la razón y me la tengo que llevar a vivir conmigo nomás, mientras que el policía me mira amenazante. Como pueden apreciar salgo a la calle y no encuentro novedades. Lo de siempre.
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ESTACIÓN ALBERTI

Unos negritos caminan por el andén con un pan flauta bajo el brazo. Parecen buscar a alguien. Si no fuera porque no estás conmigo ahora podríamos ir a tomar un café antes de. Pareciera que te estuviera buscando.
Tomo el subte “A”, “A”, “A”, en la apestosa estación Miserere en dirección a Plaza de Mayo. Al pasar por el andén abandonado de la estación Alberti, donde jamás los trenes se detienen, te veo a vos con tu piloto azul y tu paraguas rojo que me estás esperando con tu clásico pucho encendido en la mano. Te grito, te llamo, qué se yo qué hago, desesperado, pero ante el ruido y la velocidad del tren desvencijado patrimonio histórico de origen belga (primer subterráneo de América Latina, inaugurado según algunos historiadores en 1913), la gente me mira, porque acá te miran todos cuando hacés algo que salga de los esquemas tradicionales, transpirando y casi enloquecido, me voy preguntando ¿cómo carajo hiciste para entrar a esa estacioncita abandonada y llena de mugre que ni siquiera tiene escaleras por las que se pueda entrar desde la calle? Decido bajarme en la estación siguiente, Pasco, y una vez que se haya ido el tren y sin que nadie me vea me introduzco en el túnel rumbo a Alberti. Camino por el roñoso conducto con olor a óxido y mierda. Se me ensucian zapatos y pantalones con grasa y barro, pero no importa, voy a tu encuentro.
Finalmente llego al andén abandonado de Alberti y solo veo una silueta femenina plana de chapa pintada con piloto azul y paraguas rojo y un pucho falso en la mano de metal. Descubro que no es más que la obra de un loco artista plástico que ha querido experimentar gente suelta en un andén donde nunca más circulará el público para tomar un subte. Entonces veo que se aproxima otro tren que, por supuesto, no se detiene, y pasa velozmente, detrás de él y el silencio que queda en ese hueco donde solo se oye el goteo de algún caño que pierde agua o váyase a saber qué otra cosa, vienen caminando por el sucio túnel desde Miserere una mujer con los negritos del pan flauta bajo el brazo. Se suben al andén y la mujer que los encabeza se me acerca y me dice: “Estos chicos pueden ser tanto míos como suyos. Yo hoy me llevo uno de ellos a casa. Lo baño, le doy un plato de sopa caliente, lo hago descansar, le enchufo un nuevo pan flauta bajo el brazo y lo largo de nuevo a la estación Miserere. Mañana le toca hacerlo a usted con otro de ellos, ¿entendió?”.
El negrito se me ríe en la cara a carcajadas sin saber siquiera porqué, pero a él se lo ve contento, lo tiene la señora, mientras tanto los restantes esperan. Ya no registro cuantos son. Pero no son pocos. Todos me miran silenciosos con sus mocos colgando. Salgo corriendo otra vez por el túnel en dirección a Pasco, esta vez tropezando con los durmientes y encastrándome aún más con la grasa y el barro, y más aún con el temor de que se aproxime algún otro tren. Al llegar a Pasco te veo esperándome en el andén con tu piloto azul, tu paraguas rojo y tu clásico pucho encendido en la mano. Al verme te sorprende mi presencia, todo sucio, embarrado, con olor a óxido y mierda. No sé cómo explicarte. Lo único que expreso es la alegría de haberte podido encontrar. Te tomo de un brazo y corriendo te llevo escaleras arriba, hasta llegar de una buena vez a la calle. Sería bueno que tomáramos un café antes de. Pero finalmente decido que vayamos al hotelito de siempre, así de paso me doy una ducha, después de, te contaré todo.
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ALGO SUCEDIÓ EN EL EDIFICIO AQUEL

Estremecedores gritos se escucharon aquella noche,
vecinos asustados corrieron en trajes de pijama,
con los pelos parados, atemorizados,
recorrieron corriendo pasillos, escaleras,
a oscuras y en penumbras.

Pero los estremecedores gritos callaron
y los vecinos asustados detuvieron la desordenada marcha
frente justo al gabinete del Gas, Gas, Gas.

Y se fue la luna, volvió el sol,
la mañana como cualquier otra volvió,
sin pena ni gloria volvió,
y volvió a pasar la señora Clotilde
con su flauta baguette envuelta en su bolsa violeta,
por los pasillos con olor a comida,
escalera arriba pues ella vive,
pues ella vive en el piso primero,
mujer de años, peinacanas, derechatorcida,
inquilina que ocupa el departamento identificado
con la letra “E”, “E”, “E”.

Pero se fue la tarde
con la última niñera que cuida a los niños toda la jornada
en el departamento identificado con la letra “C”, “C”, “C”.
Y volvió la noche y luego otra vez...
estremecedores gritos se escucharon aquella noche,
vecinos asustados corrieron otra vez en trajes de pijama,
ahora, precavidos, se habían peinado
y perfumado con loción a la lavanda,
y traían consigo escobillones, plumeros, palos de amasar,
recorrieron de nuevo,
recorrieron de nuevo pasillos, escaleras y algunos otros recovecos,
ahora, precavidos, con velas, candelabros, soles de noche, solos de noche,
encendedores encendidos, fósforos encendidos que se apagan y así...

Pero los estremecedores gritos callaron,
y los vecinos asustas-precavidos,
detuvieron la marcha un poco más ordenada
justo frente mismo a los medidores de la Luz, Luz, Luz.

Y se fue la luna, volvió el sol,
La mañana como cualquier otra volvió,
Y volvió la señora Clotilde con su flauta baguette,
en su bolsa violeta, volvió a pasar,
mientras su perro husmeaba olor a vela,
a fósforo quemado,
y la niñera del departamento “C”, “C”, “C”,
patinó con la cera que alguna vela dejó esparcida la cera dejó,
esparcida sobre el piso dejó, sobre el piso de baldosas dejó,
sobre el piso de baldosas brillosas del pasillo,
que el portero Joaquín dos días atrás había lustrado,
hasque ta...

De nuevo la noche volvió,
pero esta vez los vecinos, más que más que precavidos,
aparte de los peinados y de la loción lavanda,
llamaron a la policía,
la que llegó enseguida y allanó la casa,
revisaron departamento por departamento, revisaron,
pieza por pieza,
ropero por ropero,
cajoncito por cajoncito,
vecino por vecino, revisaron, hasque ta
dieron vuelta hasta la bolsa violeta de la baguette de la señora Clotilde,
de donde sólo cayeron miguitas, cayeron,
pero nada raro encontraron,
y a todos los vecinos se los llevaron a la central de policía, se los llevaron, a declarar, vamos, a declaraar, qué tanto, y ustedes qué se creen...

No dejaron vigilancia en la puerta del edificio,
cerraron con dos vueltas de llave solamente,
y se fueron,
hasque ta...
estremecedores gritos se escucharon aquella noche.

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