lunes, 21 de mayo de 2007

SENTIRES


Fotografía desdibujándose

Comenzar a desdibujarse desde una foto.
Primero la sonrisa.
La línea de la boca se convierte en un fino hilo tembloroso
que se arruga y cae al vacío blanco.
Los labios se han esfumado.
Del rostro solo quedan los ojos, la nariz y parte de la frente.
Ahora los ojos se abren.
Impresiona verlos tan abiertos.
Parece que van a estallar.
Sin embargo quedan en blanco,
e inmediatamente párpados y pestañas desaparecen.
La nariz se parte por el medio y cae fuera de la foto.
Hace un pequeño ruido al chocar contra el piso.
Parece de yeso.
Quedan pedacitos desparramados
que al pisarlos se convierten en polvillo blanco.
De la frente, la cabeza y orejas casi no quedan rastros,
solo un sombreado muy confuso.
Y sobre el borde inferior se nota claramente el comienzo del cuello.
En él ha quedado un agujero negro,
a través del cual se ve asomar la tristeza.
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Relojes

No importa lo que marquen:
el tiempo es otro.
(1996, no recuerdo el día, ni el mes, ni la hora)
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Sin ganas

Qué dificil es cuando todo es gris-negro.
Tarde de domingo nublada y fría.
Sin ganas siquiera de mover un dedo
para accionar el teclado o con la lapicera formar palabras.
Embarcado en escribir hago bollos y más bollos de papel
sin ningún resultado.
Tengo los ojos mediocerrados y sólo fuerzas para dormirme.
¿Quién podrá comprender mi estado?
Quise embarcarme en una carta,
pero mi barco-carta hace sueño,
y me hago-ahogo en un bostezo
rodeado de bollos de papel
y me hago-ahogo en bollo
y me voy, me voy
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Fax al cielo

¿Cómo hacer para llegar
a tus estrellas?
No se me ocurre de que manera.
Me tranquiliza saber que comprendes
lo que intento.
Pero quiero llegar.
Las escaleras no me alcanzan.
Si alguna vez creí posible alcanzar
la luna,
y que la luna era de cristal,
fue tan solo mi fantasía.
También probé con alas,
Pero lo único que logré fue
Caerme.
Ahora me manejo con palabras
Y la mayoría de las veces
no las encuentro.
Tu señal me llega.
Ya estoy preparado.
Me estampo en esta hoja de papel
y allí voy.
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Con un ave

De pronto pliega las alas
y se me queda ahí,
me mira dulcemente,
y esgrime su pico,
mueve la cabeza con plumas,
así y así,
reacomoda las patas,
y encoge todo el cuerpo,
se acurruca,
busca mi calor,
y mis caricias,
y lo logra:
nos quedamos dormidos,
juntos,
soñando vuelos.
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5’

Son solo cinco minutos.
Ellos se encuentran
solo cinco minutos.
Todos los días,
llueve o truene,
nublado o con sol,
cinco minutos en la misma plaza,
de ser posible en el mismo banco.
Sólo tienen tiempo
para mirarse a los ojos,
abrazarse,
besarse.
Algunos días le dedican
menos tiempo a un beso
para decirse al oído palabras tiernas
que inventan en el momento,
mágicamente.
Se desconoce cómo se conocen.
No se sabe si están
de ida o de vuelta.
Ni quiénes son.
Ni a qué se dedican.
Son solo cinco minutos.
Hombre y mujer.
Después se separan.
Ella se va para un lado.
El para otro.
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Arroz con leche

Alguien dejó la puerta
cerrada con llave
para que no podamos
ir a jugar.
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Después de todo

Atinaste a cerrar los ojos y a
hacerlo de una buena vez por todas.
La radio quedó encendida con
Nat King Cole cantando unforgettable.
la tardecita se llenaba del olor a
tostadas que preparaba
la vecina de al lado.
Olvidaste que era la hora
de la clase de inglés.
Y llegó el momento que la oscuridad
entró por la ventana.
La radio siguió encendida
con noticias
y pronósticos metereológicos.
Y a mí qué me importa, pensaste,
de lo que sucede fuera de aquí.
El reloj dejó de ser tu preocupación
y también el qué dirán
y la ventana abierta.
Sentiste hambre y te levantaste
solo para ir hasta la heladera.
Sacaste de ella una botella
de vino blanco
e improvisaste un par de sandwiches.
Y te trajiste todo hasta la cama.
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A partir del espejo

De pronto te encontrás
frente al espejo.
Y ves a un tipo pálido,
ojeroso y asustado.
El asombro ni siquiera
te sugiere saludarlo.
Lo mirás esperando
que te diga algo.
Y el tipo hace lo mismo:
te mira esperando
que le digas algo.
Como no soportás
su presencia,
te das vuelta,
y disimuladamente espiás
para ver si ya se fue.
Pero no, aún está ahí,
también disimuladamente
espiando para ver
si te fuiste.
Te querés escapar
y le cerrás la puerta.
Al irte ves su sombra
que te persigue
sobre la pared.
Das pasos cada vez
más largos
pero siempre te alcanza.
Desesperado te detenés
en un rincón
y cerrás los ojos.
Sentís que está
muy cerca de ti,
que no podrás escaparle.
Decidido abrís los ojos
pero ya no lo ves.
Te lo has tragado,
está dentro tuyo.
Pero ésa ya es otra historia.
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La última de Wenders

Win Wenders con su avioneta
sobrevuela Buenos Aires
filmándonos en alemán.
Allí abajo quedamos nosotros,
pequeñitos,
insignificantes,
en una tarde prohibida.
Nos encierra en varios fotogramas
sin saber siquiera
Que llevamos puestas
nuestras propias alas del deseo.
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Primavera

La desaparición,
sobretodo,
de los sobretodos.
Todos.
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Fantastic way

No conozco este puente
pero por aquí he pasado.
reconozco la bahía,
aquella isla,
y hasta a esa embarcación lejana.
Distingo la gorra del chofer
y también al chofer.
Fantástico camino.
Otra vez el mismo taxi
y el mismo viaje.
Otra vez esa mortal sensación
de caer al vacío
cuando la niebla nos cubre.
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La gran oportunidad

Hace mucho que no nos encontramos.
Creo que nunca hemos logrado
encontrarnos.
Aprovechemos este acontecimiento
que hoy se nos da
para encontrarnos
y desencontrémonos una vez más.
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Me pregunto:

¿dónde quedarán guardados
aquellos momentos?
¿en qué misterioso cajón
reposarán nuestras cartas,
nuestros recuerdos,
nuestros poemas,
nuestros dibujitos trazados
sobre servilletas de papel?
¿por dónde se irán nuestros
sueños no cumplidos?
¿en qué álbum de fotografías
se habrán de congelar nuestros
rostros de inocentes aventureros?
¿a dónde irá a parar tanto fuego,
tanto humo?
¿en qué lugar se quedarán todas
nuestras palabras?

Aurora López y Ramón Oscar Sciorra (mis viejos) el día que se casaron: 13 de febrero de 1943

AQUELLOS FUERON LOS DIAS



Por ese entonces el tiempo transcurría de otra manera. El correr por los patios era quizás la más agitada de las tareas.


Dibujitos que hice en lápiz (Uso Oficial Exclusivo), en la infancia cobran vida y se trascienden en mi agonía, no puedo distinguir si es un sueñoo una alucinación; lo cierto es que estoy en una ciudad donde todo es como lo dibujaba, cuando ocho tan solo ocho años mamaba: las ventanitas de las casas, los autitos, los trolebuses, los tranways del lacroze, las señoras de pies gordos y deformados, las narices puntiagudas de los hombres con sombrero, como la de José Luis Picón, la puertita de la casa de la Nieves, allá en la calle Lemos, la fachada de la escuela primera, los colegiales con sus guardapolvos tableados, sus carteras de cuero, sus galetitas manón, y las primeras cartucheras de plástico que yo no tenía que yo no tenía, ay de mí, que yo no tenía, como no tenía tampocola avivada, yo no estaba avivado, sólo podía ver al caballo muerto tirado en la esquina del corralón, y al colectivito treinta y nueve todo de diferentes tonos de marrón, la calesita con sortija y todo, y yo con rulitos, orgullo de madre y tías y vecinas, estudiá para médico, me decían, estudiá para médico, y me acariciaban los rulos, me acariciaban, mientras yo dibujaba, ellas decían -escribía-, dibujaba un cabildo todo deformado, una escarpela, sí escarpela, de azul y blanco y del sol del veinticinco que viene asomando y que de aquel caballo que levantó la cola y salió un zapayo, y el sol con rayos desprolijos pintados de amariyo, y yo en cuadro de honor, con jopito y gomina, seriecito, pensativo, luego me daría cuenta aquello de qué serviría, solo recuerdo una cosa: el extremo inferior derecho de las imágenes que hoy veo tienen un último renglón y una oreja: como la de aquel, aquel cuaderno "Lanceros", cuaderno de clase "Lanceros","Lanceros de 1810".



Aquellos fueron los días

Como siempre ocurre
llegó el momento de partir.
Te llevás en el equipaje
algunas mariposas muertas
entre las hojas de un libro
y las bolitas que dejaban caer
los eucaliptus.
En tus manos quedaron
la rugosidad del viejo árbol
y la humedad del pasto,
cuando en las mañanas,
seguías las rutas de las hormigas.
Me dejaste el trompo de lata,
las figuritas del Billiken.
Extrañaremos correr por el patio,
cuando se nos venían encima
las estrellas,
y aquellas meriendas de leche
con pan y manteca.
Te despido en el andén
de una estación
donde sopla mucho el viento
y vuelan los panaderos.
Y te alejás en el trencito de madera
que inventamos juntos una tarde
sobre el hule de la cocina.
No me quedo solo,
me acompaña la inocencia.


Fin del mundo

Invierno en la casa de la calle Olleros. Una de las piezas del fondo. "Alito" está tocando su acordeón. La gallina vieja se nos asoma por la ventana y nos contempla somnolienta. Estamos aguardando el fin del mundo que ya ha sido anunciado con grandes letras negras y gruesas por los diarios de la víspera.
Son como las doce y pico. A la una de la tarde se acaba. La vieja ha desparramado hojas de diarios por todos los pisos del caserón. Las paredes están algo mojadas. Un intenso olor a humedad envuelve al día. El cielo se ha nublado por completo y amenaza lluvias. "Alito" ensaya una nueva pieza con su acordeón. Toca "Cuando los santos vienen marchando" y se confunde con las campanadas que vienen del cementerio. El viejo llega de trabajar trayendo un paquetito de la fiambrería. Queso fresco, dulce de batata, y un mantecol. Se va a cambiar los zapatos y se pone las chinelas de abrigo. La vieja le pide que se apure y vaya para la cocina que ya está servida la sopa bien caliente.
"Alito" ahora toca "Desde el alma" y yo lo miro hamacándome al compás de la música y dando vueltas en círculo. Ya es la una de la tarde, suenan algunos truenos y se desata un chaparrón, siento que poco a poco va empezando a girar todo a mi alrededor. Escucho aún el acordeón de "Alito" y llamo asustado a la vieja. Después resulta que no es el fin del mundo: soy yo mismo girando sobre mi propio eje.


La estrella

Había llegado el año nuevo y, como ya era costumbre, salimos al centro exacto del patio para contemplar el cielo. Titilaban las estrellas que daba miedo, mientras que unas nubes como de algodón se alejaban, dejando ver perfectamente al año recién llegado.
De pronto, la tía Amanda gritó espantada y salió corriendo rumbo a una de las piezas, donde se refugió detrás de una persiana. Todos salimos del patio con pánico sin saber en realidad porqué, y nos metimos también dentro de las piezas. La tía Porota atribuyó todo esto a alguna alucinación de la tía Amanda, que se la pasaba delirando. Pero no, no era así. La tía Amanda había advertido el peligro. El abuelo Agustín muy pronto lo confirmó: una estrella se había desprendido de alguno de esos cablecitos que las sostienen en el espacio, y venía a ochenta y la comida a incrustarse en nuestro patio. Estábamos todos llenos de asombro esperando el gran encontronazo. Mi viejo pensaba en los daños que iba a provocar semejante caída y en lo caro que le iba a salir efectuar las reparaciones. Pero tendríamos una estrella, agregó mi hermano Alito. Seríamos la única casa del barrio con estrella propia, y con su luz podríamos iluminar toda la terraza y organizar bailes y partidos de truco hasta que saliera el sol. El abuelo Agustín se había llevado el banquito a la terraza y, subido a éste, nos transmitía entusiasmado todas las alternativas del descenso de la estrella, la cual se acercaba cada vez más a nuestro patio. Los vecinos asomaban sus caras de envidia desde los tapiales, a la vez que mi hermano Alito tocaba con su acordeón "Desde el alma".La tía Amanda seguía detrás de la persiana temblando y con los ojos bien abiertos. El tío Armando le pedía a mi vieja que le cebara unos mates, pero luego se acordó de que para ir hasta la cocina había que cruzar el patio donde ya estaba por caer la estrella y se dejó de escorchar. La tía Virginia, mientras tanto, pensaba en todo lo que iba a tener que limpiar después que, cayera la estrella. La abuela Teresa había cargado con todos los nietos y les contaba que todas esas cosas en su época no sucedían, que los piolines que sostenían a las estrellas eran de mejor calidad que los de ahora porque se importaban de Inglaterra, en cambio ahora los hacían de material plástico cortándose enseguida y produciendo la caída de estrellas cada dos por tres. Entretanto mi vieja había sacado todas las estampitas de los roperos poniéndoles sobre la mesa del comedor, alrededor de la cual todas mis tías se arrodillaban y rezaban.En una de ésas sonó el timbre. Era don Salvador que venía con una silla para acompañarlo al abuelo Agustín, pero no lo dejamos entrar. Queríamos tener la exclusividad de la estrella para nosotros solos, y desconectamos el timbre para que no molestara más. Sin embargo don Salvador siguió insistiendo dando fuertes golpes a la puerta queriéndola tirar abajo; entonces salió mi viejo y le dijo que no molestara más porque sino lo iba a denunciar. Dicho esto, mi viejo volvió corriendo a su puesto de observación, pues la estrella ya estaba muy próxima a aterrizar; don Salvador se quedó igual ante la puerta cerrada y empezó a estudiar cómo trepar el frente de la casa para poder llegar hasta la terraza; luego se subió a su silla, y poco a poco fue escalando el alto paredón hasta llegar al abuelo Agustín que seguía parado sobre el banquito.Por fin la estrella cayó. Hizo un ruido bárbaro. Parecía que la casa se venía abajo. Se sacudieron las paredes hasta hacer caer cuadros y espejos, platitos y almanaques. La araña del comedor se movía más que cuando fue el terremoto aquel en San Juan que siempre cuenta la abuela. Todo se llenó de humo, color y luz. Mucha luz. Empezamos todos juntos a transpirar. Un poco por el calor, otro poco por los nervios. El humo nos dificultaba la visión. Las tías casadas se abrazaban a sus correspondientes maridos, mientras que las solteras, a excepción de la tía Amanda que continuaba detrás de la persiana, se abrazaban llorando a la abuela Teresa. Lentamente fue desapareciendo el humo, el calor y la luz. Entonces salimos todos al patio. Nadie se animaba a acercarse a la estrella pese a que ya se había apagado y yacía en toda la superficie del patio como una fina y mullida alfombra amarilla. Imprevistamente apareció mi prima Yiya con una escoba y, ante la mirada espantada de todos nosotros, quiso barrerla para despejar el patio, ya que era indispensable para cruzar hasta la cocina y poder cebar unos mates que tanta falta hacían; pero en cuanto tocó a la estrella con la escoba, ésta emitió una poderosa descarga luminosa (pensamos que tal vez eléctrica) que los dejó a la Yiya a su escoba petrificados. Nos acercamos a ella lentamente y la tocamos: parecía una fría y blanca estatua. Ante la desesperación de la madre de la Yiya que gritaba como loca, mi viejo le daba fuertes cachetazos y hasta trompadas para ver si se ablandaba. Pero la Yiya seguía dura, no reaccionaba. Todos hablaban. Todos discutían. Pero nadie entendía nada. La abuela Teresa siguió insistiendo con aquello de que "esas cosas antes no pasaban". El tío Armando no daba más de las ganas de tomar unos mates. El abuelo Agustín se había quedado dormido en su banquito en la terraza, y junto a él roncaba satisfecho don Salvador. La tía Porota quería llamar a los bomberos. Todos -los tíos- todos se habían quedado paralizados alrededor de la Yiya contemplándola como unos bobos. Mi hermano Alito había vuelto al acordeón y tocaba "La cumparsita" con variaciones y todo, mientras que los primitos más chiquitos se habían sentado a su alrededor para escucharlo, meciendo sus cabecitas al compás de la música.Todo parecía irremediable hasta que la tía Virginia apareció con un balde lleno de agua, un trapo y jabón. Nos preguntamos qué pretendía hacer con todo eso. Se acercó a la pobre Yiya, tomó el trapo, lo introdujoen el agua con jabón y empezó a pasárselo por todo el petrificado cuerpo. Dale que dale con el trapito, tía Virginia, experta en fregar, pasó largas horas tratando de ablandar a Yiya sin parar. Gastó unos cuantos trapos que le íbamos llevando a medida que los iba gastando, hasta que al fin Yiya comenzó a recobrar sus movimientos y hasta a hablar preguntando qué había pasado. En ese preciso instante el tío Armando estaba llamando al cielo para que tiraran un guinche y levantaran a la maldita estrella cuanto antes, pues por culpa de ella no podíamos tomar mate. Desde el cielo le contestaron que como era feriado no trabajaban, pero que de todos modos tratándose de una emergencia iban a hacer todo lo posible. Esto produjo serias discrepancias entre los primos y el tío Armando, ya que todos querían que la estrella permaneciera allí para tener la exclusividad en todo el barrio. Casi lo matan al tío Armando por haber pedido el guinche. Menos mal que la tía Virginia salió a defenderlo. Se subió a una maceta y agitando su plumero que sostenía con su mano derecha destacó la desgracia de la Yiya, y convenció rápidamente a todos para que la estrella fuera sacada de allí cuanto antes, pues ése no era su lugar. Al terminar con el sermón, los primos la aplaudieron, y le sirvieron un mate que gentilmente nos había ofrecido la Gilda, vecina de al lado.Ya era de día y estábamos mucho más tranquilos. Algunos dormían, agotados por la larga y agitada noche. Volvimos a las piezas a tomar los mates que nos servía desinteresadamente la Gilda, mientras aguardábamos la llegada del guinche. La tía Amanda, sin que nadie la viera, salió de donde había pasado toda la noche y se fue acercando a la estrella, ahora silenciosa y apagada. Se quitó el batón y después la enagua. En el más absoluto silencio se zambulló en la estrella hundiéndose para siempre. Quedaron sólo unas chispitas flotando en el aire...



Viuditas negras

Viuditas negras año mil novecientos cincuenta y nueve
rondando las calles Olleros, Corrientes, Jorge Newbery,
primero de noviembre música sacra
todos los santos muertos por la patria
tachos llenos de agua conservan los gladiolos
que las viuditas negras
como hormiguitas
llevan entre sus brazos
camino a la necrópolis mayor de Buenos Aires
Año de mil novecientos cincuenta y nueve
Chacarita
y una larga cola de viuditas negras
esperando el ciento once de regreso
ya satisfechas