jueves, 28 de agosto de 2008

LA MÁS AGRACIADA


Es primavera, es Buenos Aires y es 1920. Filomena se contornea con su figurita delgada de adolescente pero seductora por la vereda angosta de la calle Piedras al 200. Va a lo de su tía Benicia a probarse el nuevo vestido. La tía es modista; sabe lo que es un canesú, un voladito, un encaje. Filomena no sabe siquiera lo que es una aguja. Pero el sábado próximo es la fiesta de los Andonaegui que cumplen cincuenta años de casados. Ella ha sido invitada porque es compañera en la academia de canto de una de las hijas del distinguido matrimonio.

Filomena sube con prisa la interminable escalera de la casa de la tía Benicia. Al llegar a la puerta da como siempre tres campanadas. La puerta "A", que es donde vive Benicia, se caracteriza por eso: en lugar de llamador tiene una campana de bronce.
- Ya va, ya va... -se la escucha decir a Benicia como si viniera de muy lejos a abrir la puerta.
- ¡Buen día, mi buena tía! -le saluda Filomena-. ¿Tiene usted ya listo mi vestido?
- ¡Ay, hija, todavía me queda terminar una parte, pero es poco, además esperaba que vinieras pues tengo que tomarte unas medidas.
- ¡Pero tía, mire que la fiesta es el sábado a la noche!
- ¡No tienes de qué preocuparte, para mañana mismo lo tendrás!
Entonces Filomena pasa a la sala que su tía tiene consagrada a la vestimenta.
Allí hay maniquíes, vestidos de distintos estilos colgados de un perchero, dos máquinas de coser, una mesa grande donde no faltan agujas, alfileres, una cinta métrica, un costurero gigante, hilos, madejas de lana, moldes y un montón de accesorios más.
Benicia le alcanza el vestido a Filomena y ésta se lo lleva ansiosa detrás del biombo para probárselo.
Luego de unos minutos que le lleva sacarse la ropa que tiene puesta y ponerse el vestido a medio terminar llama a su tía:
- ¡Venga, venga!... usted no me va a creer, pero me parece que así como está me queda muy bien. No sé que parte dice que le falta...
- ¡Ay, hija!, le observa Benicia, se ve que no sabes nada en absoluto como debe vestir una auténtica señorita.
- Tía, usted sabe que si me saca del canto...
- Sí, pero una buena cancionista debe lucir bien y ¡no solo con la voz!
La tía le toma varias medidas alrededor de los hombros y trae un accesorio aplicándoselo sobre el cuello.
- Ven, acompáñame hasta el espejo y mírate... me dirás si no está mucho mejor así.
Filomena se mira, una, dos, tres veces, de frente y perfil y se desconcierta:
- Ay, tía... usted me va a disculpar... pero ese coso que me cubre el pecho, la garganta... ¿qué quiere que le diga? ¡me ahoga!... No, mejor déjelo como estaba, me lo llevo así.
- ¡Oh, no, mi hija! ¡No voy a permitir que me haga quedar mal! ¿Cómo va a ir una sobrina de mí a una fiesta tan social así despechugada? ¡Y mucho menos que a la casa de los Andonaegui! ¿Es que no tienes vergüenza?
- ¡Tía, tía, yo me siento bien así, y eso es lo que me gusta! ¡ Me importa un pito lo que piensen los demás! -le contesta Filomena con total desparpajo.
- ¡Ay, hija, me parece que el canto te está corrompiendo! Y eso que haces música lírica, si no no quisiera pensar... ¡Dios mío! -responde indignada la tía mientras se persigna.
- ¿Música lírica?... ¡Eso era antes!... Ahora canto tangos. ¡Ah, el tango! ¡Qué maravilla!... ¡tiene sentimiento! Creo que no le conté, ahora voy también a la academia del Nicanor, a escondidas de papá y mamá, por supuesto. ¿Se acuerda del Nicanor, tía? -le comenta mientras se quita el vestido quedando casi desnuda frente a la tía que la mira azorada.
- Sí, me acuerdo. El tarambana ese que conociste en la misa de los domingos... A propósito, hace mucho que no te veo por la iglesia –aprovecha a reprocharle Benicia.
- No le permito, tía, que me diga eso, el Nicanor es todo un caballero. ¡Si lo viera! –suspira.-, ¿sabe una cosa, tía? Creo que el Nicanor está enamorado de mí. El sábado él también irá a la fiesta y quiero deslumbrarlo con el vestido. Así, ¡bien despechugada!


Y tomando rápidamente el vestido, riendo alocada, sale corriendo de la casa semidesnuda, apenas con su enagua blanca, pues no le interesó volverse a poner la ropa que traía puesta. Mientras baja la interminable escalera canturrea... "yo soy la morocha, la más agraciada... de esta población..."

JUGUEMOS EN EL BLOG MIENTRAS LOS LECTORES NO ESTÁN

1
Cuando el dinosaurio despertó, los hombres ya estaban ahí, arruinándolo todo.

2
Mi unicornio azul se me perdió. Hasta que lo encontró Silvio Rodríguez y lo hizo canción. Fue un éxito bárbaro.

3
- ¿Lobo está?
- No, salió. Se fue a comer una caperucita a caballo.

4
El gato con botas terminó siendo un general del ejército. Me defraudó.

5
"¡Que suerte, que suerte, que esta noche voy a ver al lobo feroz!", le dijo Caperucita a su abuela, mientras se probaba su nueva lencería erótica. Eso sí: toda roja.

6
Pinocho malherido llegó hasta el Viejo Hospital de los Muñecos. No lo quisieron atender pues debía dos cuotas de su medicina pre-paga.

7
La cenicienta se encontró con Penélope en la estación Haedo. Se pusieron a charlar tanto que ni se dieron cuenta de la llegada del tren y lo perdieron. Así que se tuvieron que tomar el 166 nomás.

8
Hoy dijeron por la radio que los sobrinitos del Pato Donald en realidad no son sobrinitos sino hijos no reconocidos que tuvo con Daisy.

9
El ojo del amo adelgaza el bolsillo del campesino.

9.1
El ojo del amo engorda tanto que produce un estallido... social.

10
Mi prima Vera, la checoslovaca, viene a Buenos Aires todos los años. Llega puntualmente siempre cada 21 de septiembre y el 20 de diciembre a la medianoche se va.

11
Hansel y Gretel se perdieron en Parque Chas. Hansel tomó su celular y llamó a una remisería de la zona.

12
¿Qué es lo que SALE en los locales que venden ropa por estos días?

13
El colectivo en el que venía se descompuso: de pronto se empezó a sentir mareado, con náuseas y luego terminó vomitando gasoil.