lunes, 25 de junio de 2007

LOS INDECIBLES





Elefante no identificado

El elefante se muere justo justo ahí, en medio de la Avenida de Mayo, y deja su tremenda anatomía toda tirada sobre el pavimento, interrumpiendo gravemente al tránsito automotor y de pasajeros. La gente trepa por encima del pobre bicho para no perder tiempo y llegar a horario a sus habituales ocupaciones, porque sino no le pagan el presentismo, otros, en cambio, corren por llegar a horario a los bancos para cubrir la cuenta que por lo general siempre estará en rojo, y de paso pagar el impuesto municipal y la moratoria de la jubilación que vence hoy, porque esas cosas siempre vencen hoy, entonces corren, se llevan por delante torpemente, se tropiezan, se caen y se vuelven a levantar y corren, siguen corriendo porque hay que llegar a tiempo sino las consecuencias pueden costar muy caras y es por eso que trepan y se deslizan, suben y bajan, saltan y hacen todo tipo de maniobras con sus cuerpos ciegamente, sin interesarles siquiera lo que van encontrando a cada paso de tan vertiginosa marcha. ¿A quién le puede interesar un elefante muerto en plena Avenida de Mayo, cuando el impuesto a las ganancias vence hoy?, opinó rápidamente un contador calvo ante la pregunta de un movilero radial que se encontraba en el lugar del hecho. A un distinguido caballero, de esos a los que ya no se los ve más ni se sabe de donde pudo haber salido, se le cae el sombrero justo justo adentro de una de las enormes orejas del elefante muerto. ¡Oh drama por rescatar el sombrero! El distinguido transeúnte se siente indignado y amenaza con su paraguas al responsable. Totalmente fuera de sí empieza a escarbar con el paraguas la gigantesca oreja con el afán de sacar de allí a su querido sombrero. Todos sus intentos resultan inútiles. Mientras tanto un agente de policía toma debida nota del infractor, al que le busca afanosamente el número de patente por todos sus lados sin poder hallarla quedando frustrada su intención de hacer una boleta importante. Los automóviles, camiones transportadores de bebidas gaseosas y otros de hamburguesas y salchichas que, por razones obvias de consumo masivo, no pueden detener su marcha, también intentan pasar por encima del cadáver del animal, lo mismo que ómnibus cargados de pasajeros y motocicletas que entregan pizzas a domicilio. ¿A quién le puede interesar el cadáver de un elefante muerto?, contesta ahora el chofer del interno 22 de la línea 86 al movilero de la radio, y agrega: el elefante está muerto y punto, nosotros tenemos que seguir laburando.. Por fin llega al lugar un camioncito destartalado color gris de la división "Animales muertos en vía pública" para retirar al infeliz paquidermo. Como es muy pesado, y no lo pueden cargar los cuatro pobres integrantes de la cuadrilla y porque las dimensiones del camioncito no se ajustan para ello, optan por cortarlo en cómodas fetas jugosas con una enorme motosierra. En pocos minutos quedan las fetas apiladas sobre el acoplado del camioncito donde se agolpa una gran manifestación de desocupados y jubilados que protestan queriendo saber que destino le darán a esa carne ya que consideran injusto que se la coman los funcionarios mientras el pueblo sufre hambre y toda esa semejante cantidad se la podrían distribuir a gran parte de los necesitados. Los hombrecitos de la cuadrilla , a punto de retirarse del lugar en el camioncito destartalado, tratan de apaciguarlos diciendo que ese tema tienen que tratarlo con las autoridades, ya que no tienen ninguna orden de entregar las fetas a ninguna persona no autorizada por el organismo correspondiente. Entonces, los manifestantes, mucho más efusivos que antes, retoman su marcha hacia la Plaza de Mayo y agregan a sus cánticos habituales el de "Entrega de la carne de elefante ya". Por último, en simpático gesto, a pedido de un programa de entretenimientos de la televisión, y ante sus cámaras de exteriores, la cuadrilla de obreros que trabajó en el corte del elefante en fetas, le obsequian la oreja al distinguido transeúnte para que la pueda seguir escarbando a gusto con su paraguas en su casa cómodamente y poder rescatar de una buena vez su sombrero. Sonríen todos mirando hacia las cámaras.


El coleccionista de palabras

Lo que son las cosas, hace años que soy coleccionista de palabras y todavía no pude conseguir la palabra "cuento". Una palabra tan fácil y todavía no la tengo. No me avergüenza decirlo. Se lo comenté a otros coleccionistas de palabras el domingo pasado en el parque Rivadavia y se echaron a reír. "¿Cómo no vas a tener la palabra "cuento"?, me preguntaban como si estuviera bromeando. Uno de ellos se jactó de tener como cinco palabras "cuento", pero eso sí, muy valiosas, ya que una de ellas databa de 1615 y era francesa y las otras pertenecían a los siglos XVII y XVIII y provenían de Alemania, Grecia y Estambul, y una más pero de 1901, aunque sin demasiado valor porque había sido hallada en Buenos Aires, para ser más preciso, me dijo cabizbajo, en la apestosa Plaza Miserere. Otro viejo coleccionista fue un poco más humilde: tenía una sola pero se sentía satisfecho igual porque la había encontrado junto a unos restos fósiles hallados en 1961 debajo del empedrado de la avenida Triunvirato, allá por Villa Urquiza, cuando Obras Sanitarias había tenido que cambiar unas cañerías. Yo no quería tener cualquier palabra "cuento". La mía tenía que ser muy valiosa también. Parece mentira, pensar que tengo la palabra "agüero" que la encontré en una estación del subterráneo y que me la quisieron comprar unos españoles por tres mil dólares y yo no acepté. Si la hubiera vendido ya tendría la palabra "cuento" del año 1312 y de origen cartaginés que me la dejaba un ciego de la estación Constitución por mil quinientos dólares y por sólo quinientos hubiera podido volver a tener "agüero" que ahora la vendían en el Abasto porque todo el mundo ahora andaba en busca de "gardel", que había dejado de ser apellido para transformarse en palabra común. Encima me hubiera sobrado algo de dinero para poder comprar palabras difíciles de hallar hoy en día en el mercado y totalmente pasadas de moda como lo son "humano", "bondad" u "honestidad", que había puesto a la venta en oferta un funcionario corrupto del gobierno en la casa de gobierno sobre la entrada que da por Paseo Colón. Dicen que al ciego de Constitución ya no le interesaba demasiado tener en su colección palabras como "cuento" porque ahora estaba fervientemente entusiasmado por palabras místicas, pero que de tanto buscarlas, se metió no se sabe como adentro de una de ellas y nunca más se lo vio. Nadie supo explicar bien acerca de que palabra se trataba. Algunos que lo conocieron muy de cerca aseguran que el ciego veía. Dicen que jamás compró una sola palabra en alfabeto braille.


Perder la cabeza

Me pongo frente al espejo y me miro. No puedo creer lo que veo. Veo todo mi cuerpo, la pared que está detrás de mí donde están colgadas el cuadrito de las flores en el florerito que pintó la tía Ermenegilga y el otro cuadrito con la foto del abuelo Horacio, pero no me veo la cabeza. Mi cabeza no aparece en el espejo. Igualmente, pienso, que no todos los espejos funcionen bien. Éste está ya muy viejo y es probable que falle. Un día de éstos lo llevaré a una vidriería para que lo reparen y listo. Me causó asombro cuando llevé uno de mis dedos a la nariz (tengo esa costumbre de escarbarme los dos agujeritos nasales para quitarme algún moco) y no sentí tocarme la nariz, como si mis dedos hubieran quedado en el aire. Luego probé tocarme otros puntos de la cara y otra vez la misma sensación. ¡Hasta los anteojos no sentía! Volví al espejo alarmado y comprobé nuevamente que no tenía cabeza. Probé con el espejo del baño. Allí tampoco aparecía mi cabeza. Mi cuerpo, mis brazos, mis manos, piernas y pies, estaban íntegros... sin embargo mi cabeza... Frente al espejo del baño intenté tocarme el pelo pero vi como mi mano pasaba por el espacio que ocuparía éste y siguió bajando hasta encontrarse con el cuello, del que la saqué impregnado en sangre. Impresionado, traté de hacer algo, ir a algún hospital, llamar a un médico. Evidentemente no tenía cabeza. Al pasar por la habitación de la tía Ermenegilda, la puerta de ésta estaba entreabierta, por la que se dejaba escuchar la radio, costumbre ésta, la de la tía, de acostarse a descansar con la radio encendida. Mientras camino temblando escucho por el "Rotativo del aire" de Radio Rivadavia que un taxista encontró en su vehículo una cabeza que algún pasajero dejó olvidada en el asiento trasero. Según la descripción que hicieron de la cabeza no cabía ninguna duda: era la mía. Recordé que esa misma mañana yo había tomado un taxi, y sí recordé que en todo el trayecto no hice más que pensar en todos los quilombos que debía resolver la semana siguiente. Tomé nota del teléfono del taxista, en cuyo perder se encontraba mi cabeza y lo llamé inmediatamente: - ¿Hablo con el taxista que encontró una cabeza que dejó olvidada en su auto como pasajero?- Sí. - me contestó el hombre.- Bueno, yo soy el dueño de la cabeza. ¿Cuándo y dónde puedo pasar a buscarla?- No se moleste - me dijo el tipo amablemente -si se trata realmente de la suya se la llevo a su casa. ¡No va a salir a la calle así, la impresión que le va a dar a la gente cuando lo vea!... - Yo le agradezco y le pediría por favor que me la devuelva cuanto antes! A ver si todavía se empieza a descomponer...- No se preocupe por eso - me trata de tranquilizar el taxista- la tengo guardada en el freezer...
La pasé rápidamente la dirección y me encerré en mi cuarto, metiéndome en la cama en la cama y tapándome todo para que nadie me viera.Como una hora y media después sonó el timbre. Le grité a la tía que atendiera, que era un señor que traía algo para mí. Escuché a la tía quejosa, como siempre, que fue de mala gana a atender la puerta. Hizo pasar al hombre a mi habitación y vi cómo de una bolsa arrugada de supermercados "Coto" (yo te conozco), sacaba con ambas manos mi cabeza, la cual me entregó. Al principio me dio un poco de impresión pero después pensé que después de todo era mi cabeza y traté de volvérmela a colocar. La sentí un poco fría, sería por el afecto del freezer, quizás, y despacio, me la fui colocando hasta apoyarla en el cuello. - ¿Y? ¿Cómo la ve?... - le pregunté al taxista.- Me parece que está algo torcida. A ver, póngase derecho... mmm, sí, está algo inclinado hacia la izquierda. ¿Me permite?...Y sentí cómo el tipo con sus manos rústicas ubicada delicadamente a mi cabeza en el lugar correspondiente. - Ahora sí, le quedó bien. Hasta los lentes le quedaron derechitos. Trate de sacarse esos pedacitos de hielo que le quedaron en el pelo y límpiese ese hilito de sangre que sale desde la unión con el cuello porque se le va a manchar la camisa, ¿sabe? - Sí, gracias. No sabe cómo agradecérselo. Vea, yo quisiera darle algún tipo de recompensa. ¿Cuánto quiere? ¿50? ¿100? ¿200 pesos?... - le ofrecí.- ¿Queeee?.... ¿Está loco usté? No, por favor. ¿Sabe la cantidad de gente que deja olvidada la cabeza en el taxi casi todos los días? Diga que no todos, como usted, la reclama enseguida que si no... - ¿Porqué? ¿sino porqué? ¿qué pasa?... - le pregunté curioso.- ... Y, yo aviso a la radio que encontré una cabeza así y asá, y si no llaman para reclamarla en cuarentiocho horas se la vendo a los estudiantes de medicina. Eso sí, los de la privada, porque los de la UBA no tienen un mango... ¿Saben que bien las pagan a esas cabezas?...- me contesta lo más campante. - ¿Cuánto le pagan? - le pregunté asustado.- Y, por ejemplo el otro día por la cabeza de un pelado que parecía ser la de un ministro o algo así me dieron unos 2.500 dólares...Dicho esto, el taxista, dio media vuelta y se fue hacía la puerta de calle. Antes de salir, me miró y me dijo con una sonrisa algo sarcástica... - Ha sido un gustazo, amigo.Y se fue cerrando la puerta suavemente, como si estuviera poniendo una cabeza en su lugar.

Día de Reyes
(Ximena/etereoscopio genial/Eleuterio)
Ximena/etereoscopio genial:
etereoscopio genial, con luces dinámicas, motor retrospectivo, elevación inmediata, parabrisas de acrílico, corazón metálico en manos de Ximena, compañerita eficaz. Tres monstruos ensoñadores la han visitado dejando un mensaje de cibernética y fantasía. Ximena en sueños vuela con su juguete orbital. Despliega nubes de azufre, chorros de algún extraño combustible, galletitas de quatroquesos.

Eleuterio:
tarde de siesta de enero. Por los techos de lata y cartón, paredes rasguñadas, ladrillos resecos, la piel de Eleuterio. Ojitos tristes, miga de pan, un pájaro solitario, una boca sedienta, un par de pies descalzos y sucios. Una ramita remueve el agua estancada, podrida, hedionda, su rostro se refleja en ella. Cabeza sucia, nido de gorriones flacos, un perro anémico, un gato rengo. Eleuterio sufre un seis de enero.

Ximena/etereoscopio genial:
avanza la retrospectiva vigorosa de etereoscopio genial, por la orilla de la vereda, sobre columnas oxidadas, por la puerta de alguna cocina, espantando las moscas. Huele a mate cocido y se calcina con el sol de la tarde de infierno. Saca sus filosos colmillos, se cuelga del péndulo especial y vuela como si tal cosa. Ximena feliz despierta a la gente de sus siestas y desde muy alto oprime el obturador para girar con maldad. Escupe los patios, patea a los perros, aplasta a las hormigas, tironea furiosa de las colas de los gatos. Etereoscopio genial y otra vuelta más.

Eleuterio (El pensamiento de):
Sigue ramita removiendo el agua podrida que aquí se ha estancado, espejo miserable de mi vida, y ese motorcito maldito y burlón que va y que viene y que viene y que va y que no se detiene. Sigue ramita, sigue, profundizando en los fondos de este estanque putrefacto que allí estoy yo junto a los míos. Allí está mi padre entregando su vida a cambio de una mísera quincena que ya no le pagan. Allí está mi madre revoloteando como un oscuro pajarillo su ajado cuerpo en busca de nuestra paz. Allí está mi pequeño hermano junto a mí, tomado de la mano, pasando a escondidas de vagón a vagón en un tren interminable tratando de vender nuestra pegajosa , vieja, gastada y barata golosina que nadie quiere. Allí están nuestras cabecitas redondas de pelitos duros, continuamente castigadas por el palo feroz e ininterrumpido del orden. Allí estamos nosotros, obligados a callar nuestras miserias, viviendo en un lodo eterno, entremezclándonos con mentiras y promesas. Ximena me lanza una escupidita desde las alturas y suelta una car-ca-ja-da, una insolente y tremenda car-ca-ja-da.

Ximena/etereoscopio genial:
ahora el descanso, la retracción, el avance, la suspensión, el amortiguamiento, la dirección hidráulica, la prueba de frenos, la marcha innegable, la consola atractiva, el mantenimiento favorable, las agujas direccionales, el acondicionamiento de oxígeno, las luces violáceas, motores independientes, asiento aéreo, cabina deslumbrante, todo digital. Eleuterio: el último sol de la tarde ilumina a un Eleuterio roñoso, de mocos que cuelgan, cicatrices indescifrables, ropas escasas, nariz colorada. La siesta ha concluido. Las sillas de los vecinos van apareciendo sobre las veredas, las calles recuperan sus murmullos, la ramita se hunde en la oscura y espesa agua estancada. Eleuterio camina mirando alrededor con fastidio.

Ximena/etereoscopio genial:
la noche se acerca para el etereoscopio genial. Su marcha prosigue sin interrupción. Ximena ahora con un vestidito nuevo que cubre su pulcro y delicado cuerpecito viaja mas y mas. Mil maniobras en demostraciones ante el orgullo de padres, tíos y vecinos, cruzados de brazos, boquiabiertos, sonrientes, aplaudiendo ("mirá la gracia"), espectáculo gratis del atardecer bañado por la fragancia del agua colonia de origen quizás francés comprado en free-shop. Ximena egoísta sobrevuela indiferente mientras la noche se viene acercando.

Eleuterio (El pensamiento de):
este seis de enero ya termina. Un día como cualquier otro. Pies desnudos, dientes rotos, un pan duro y viejo, una lata oxidada y cortante para patear. El perro anémico y el gato rengo comparten mi epidemia. Odioso motorcito, ya callarás.

Ximena/etereoscopio genial/Eleuterio/Final:
la noche oscura, casi sin luna, los grillos en concierto, Ximena vuela con luces de todos colores. Vuela y vuela con su avaricia en búsqueda de más diversión. Ya ha traspasado la zona luminosa del pueblo y parece internarse en los suburbios. Allí va, sí, efectivamente. Ximena luciendo su etereoscopio genial. Allí va, sí, se dirige, triunfante en su maquinita infernal. Y sobrevuela casuchas, casillas, caserones con habitaciones olvidadas. Eleuterio, uno más. Sentadito sobre una piedra parece que contara las estrellas. Ximena y su hazaña, quiere empezar a bromear. Y dale que te dale lanza su etereoscopio bestial. Eleuterio enceguecido recibe cruel choque, genial. Y Ximena, plena de goce, se ríe e insiste, ésta es la presa ideal, suelta la car-ca-ja-da insolente y tremenda. Golpe tras choque, tras roce, Ximena hace el carnaval. Eleuterio puro moco pronto empieza a sangrar. Queda tendido en el suelo sin poder gritar. Ximena emprende el regreso final. Pero poco a poco el etereoscopio se comienza a apagar. Sus luces ya no encienden más. Su motor deja de respirar. Cae estrepitosa Ximena con su etereoscopio ya no tan genial. Desesperada, pobrecita, se larga a llorar. Muy pronto sobre el cielo puede llegar a ver una luz sobrenatural. Es Eleuterio, nomás, que vuela, vuela con velocidad angelical. Va sobre una estrellita de hojalata y vuela que te vuela sin parar jamás...

Indignación
Rosa y Humberto acaban de salir del departamento que su hijo ha alquilado para vivir con su pareja, un muchachito de su misma edad, y mientras lentamente caminan por la calle tratan de decir algo en medio del silencio que los embarga. Rosa irrumpe preguntándole inocentemente a su marido: - ¿Y, Humberto?... ¿qué te pareció?... lo tienen lindo al departamentito, ¿no?...A lo que Humberto cabizbajo y lagrimeando le responde débilmente: - ...¡Qué querés que te diga, vieja!... a mí me destroza el alma todo esto... ¡tenemos un hijo marica!... no me lo puedo sacar de la cabeza... Entonces Rosa le contesta con bronca deteniendo su marcha: - ¡A mí lo que más me indignó es que en el dormitorio sobre el respaldar de la cama no hayan colocado un crucifijo, ni siquiera una sola foto de la primera comunión!...

domingo, 24 de junio de 2007

NOMEOLVIDO

Foto: Alicia D'amico "La Ronda", 1988 - Plaza de Mayo, Buenos Aires, Argentina.


"La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento."

León Gieco ("La memoria")



Botas


Sobre las baldosas del patio,

Gendarmes.

Botas que patean los sentimientos,

Triciclos oxidados,

El sillón de mimbre desarmado,

Macetas con tierra reseca derribadas,

La pava y el mate olvidados.

Cortaron el tránsito de la vida,

Las risas de los pibes,

La música de los pendejos,

Los sueños de los viejos.

Y ya no mas ropa blanca tendida.

Sólo vidrios rotos y cosas tiradas.

Libros quemados.

Papeles y fotos.

Todo desparramado.

Cascos verdes, eso sí.

Seguridad Nacional, El País.


Sobre las baldosas del patio, Gendarmes.

Botas que pisotean malvones,

Un canario asesinado,

(tenía el pechito rojo, pobrecito),

Y al fondo, contra la parra,

Cadáveres apilados.

Manos quietas, brazos duros,

Puños cerrados, ojos en blanco,

Bocas entreabiertas, pechos lastimados,

Ropas desgarradas, uñas levantadas,

Cabellos arrancados.

Y el pubis de las niñas...

Oh!, El pubis de las niñas...


Y ya no mas mesa en el patio.

Sólo pasos y mas pasos,

Prolijos y ordenados,

Precisos y disciplinados,

De punta a punta,

De noche y de día,

Pasos que aplastan hormigas.


A modo de luna, en el cielo,

una boca dolorida se abre,

Y de ella solo se escucha el lamento.

Lamento de madres y abuelas,

De hijos y nietos.

Mientras que sobre las baldosas rotas,

Las botas no cesan su marcha,

Inquietas buscan,

Siguen buscando,

A ver si todavía se encuentra algo.



En la terraza


Juan no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba. Sin embargo, Juan estaba. Parado, apoyado contra la parecita que daba a la fábrica de resortes, fumando y mirando como el humo que largaba desaparecía casi mágicamente por el viento. Juan pensaba, recordaba, se le aparecían imágenes sueltas, épocas sueltas, mientras fijaba su vista en la ropa tendida, en cómo se embolsaba esa sábana blanca de dos plazas con un agujerito en el medio. Juan abría sus oídos a los ruidos del viento, a las chapas del techo de la fábrica de resortes que sonaban quejosas. Más allá el galponcito de las cosas viejas, una botella de ginebra vacía y perdida rodando por las baldosas, yendo y viniendo bajo los caprichos del viento. Y Juan tratando de capturarla, sabía que en ella se ocultaba algún recuerdo. La tomó en sus manos y la acarició suavemente mientras le quitaba la tierra que el tiempo le había impregnado. Volvió a recordar, a reconstruir escenas sueltas, a pensar en aquellos rostros frescos, felices, en aquella noche estrellada de verano. Se agachó frente a una lata oxidada que hacía de maceta de un raquítico malvón. Lo vio durante un instante lleno de flores rojas, se vio a él mismo, arrancando una de sus flores para entregársela a Lucía que estaba sentada aquella noche en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón.Y arriba el cielo seguía blanco, gris, gris oscuro. Del otro lado la casa que había sido de los Ferraroti vacía y sola. Mas acá la calle ya sin los gritos de los pibes jugando a la pelota, de vez en cuando un colectivo 7 pasaba como aburrido y bostezando cortando el sonido del viento. Los recuerdos se le seguían apareciendo en esa terraza que desde muy pibe conocía muy bien baldosa por baldosa. La terraza de la casa de los viejos, la misma donde quince años atrás aquella noche estrellada de verano y de amigos habían preparado un asado. Trató de ubicar exactamente dónde habían puesto la mesa. Y se acercó a ella. Vio los platos aún sin servir y los vasos vacíos, las dos abundantes fuentes de ensalada criolla que habían hecho las chicas: Lily, la Negra, Patricia y Lucía. Mientras ellas seguían abajo, en la cocina preparando algo para el postre, Juan se acercó a la mesa tomó uno de los vasos vacíos y lo llenó de vino tinto de la damajuana recién abierta por Juanca, uno de sus amigos. El resto de los muchachos estaban junto a la parrilla charlando y contando cosas que los hacían reír. El Bocha era el asador y tanto Juanca como Luis lo acompañaban mientras cada uno sorbía su copa de tinto. Sin embargo Juan prefirió permanecer alejado del grupo, mientras recorría la terraza. Se detuvo junto al viejo Wincofón justo cuando en ese momento estaba sonando "Help!", de Los Beatles. Pudo ver también que aparte de sus discos favoritos, tanto las chicas como sus amigos habían traído otros, de pronto se detuvo en un long-play de Salvatore Adamo: "Con mis manos en tu cintura" era uno de los temas que contenía y que a él más le gustaba. El sobre del disco en su contratapa estaba firmado en birome: "Lucía".¿Porqué dejé a los muchachos solos? ¿Qué van a pensar de mí esta noche? Encendió otro cigarrillo y se encontró de nuevo en la terraza desolada en esa tarde de frío y viento. La sábana blanca con un aguerito en el medio flameaba furiosamente tapando en parte la casa de los Ferraroti. Se asomó por la tapia y vio la piecita de arriba con la puerta semiabierta, abajo el patio vacío y sucio, y más atrás el jardín ahora tapado de yuyales.

Se comentaba que a los Ferraroti se los habían llevado una noche y nunca más se había sabido de ellos. La casa parecía totalmente vacía pero nadie sabía quién la habìa vaciado. Se quedó un rato pensando hasta dar la última pitada al cigarrillo y volvió a aquella noche donde Lucía lo miraba mientras comían el asado y se reían de cualquier boludez , mientras vaciaban la damajuana de tinto y el Wincofón les hacía vibrar ahora con Sandro. Juan sugería escuchar a Viglietti. A Lucía también le gustaba. Sin embargo Adamo... también te gusta , pensó. "Con mis manos en tu cintura" me gusta, te gusta. En realidad quisiera con mis manos en tu cintura tenerte junto a mí. Después vinieron los postres. El Bocha se apareció con una ginebra, tomó un trago del pico de la botella y se la pasó a Juan. Ahora la botella seguía su danza sin fin vacía y sucia dejándose llevar por el viento sobre las baldosas de la terraza junto al ruido que hacían las chapas del techo de la vieja fábrica de resortes y otro colectivo 7 cruzaba la esquina acelerando sin levantar un solo pasajero. Esa noche habían colgado varias lamparitas de un cable improvisado por el mismo Juan para iluminar la terraza, sin embargo no hubieran hecho falta ya que tanta estrella en el cielo y la luz de los ojos de Lucía iluminaban tanto... le pudo decir después, después que le entregó la flor del malvón, después que bailaron con Adamo "Con mis manos en tu cintura" aunque Viglietti les gustaba a los dos, después que se tomaron todo el vino y toda la ginebra, después que se fueron todos, después que ellos dos solos también se fueron caminando por el barrio en medio de tanta noche y tanto encanto...

En la vieja y desinfectada habitación del único telo del barrio pudieron declararlo todo, desde sus sexos deseosos y jugosos, hasta sus ideas y proyectos. Nunca Juan había coincidido tanto con una mina, ni Lucía con un tipo... Pasaron los años y ninguno de los dos jamás se hubiera imaginado que él iba a tener que irse a España y allí laburar de lavacopas mientras le escribía cartas a Lucía que nunca fueron contestadas y ella aquí secuestrada, violada y destrozada después de tanta tortura...Cuando Juan volvió a Buenos Aires alguien se le acercó para avisarle que habían encontrado los restos de ella. Que no cabía ninguna duda que eran los restos de ella. Estaban enterrados en los fondos de un cementerio bonaerense junto a tantos otros. Pero él no lo creyó. Lucía seguía viva ahí, en esa terraza con la música de Adamo, riéndose mientras saboreaba su vaso de tinto y lo miraba con interés o cuando se sentó en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón. Seguía viva como la flor del malvón, la botella de ginebra, aquella noche estrellada de verano, pese a que no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba.


Diana que canta


Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Con tu guitarrita vieja y desafinada,/tratas inútilmente de decirles cosas,/para que se den cuenta./Y ellas-ellos pasan a tu lado con las orejas cerradas./Con las mentes cerradas./Hacen así,/así las grandes señoras,/con sus carritos llenos de envases,/hacen así,/así los grandes señores,/con sus carritos llenos de botellas,/hacen así,/así no me gusta a mí./Canta a la vida,/canta a la muerte./Un canto de eternidad. Y un envase descartable,/ya vacío pateado y sucio sin eternidad/como esos mismos ellas-ellos/para ser empujados por el viento,/como tantos otros./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Y arriba tuyo las luces de neón,/con su prende y apaga/que nunca se acaba./Quizás con menos vida que tu canto./Canta Diana tu canción/aunque no les llegues al corazón/y crean que estás loca,/canta tu canción./Aunque las grandes señoras te aplasten con sus caparazones./Sin permiso municipal ni empresarial,/con lo que tienes puesto nomás, así de sencillita,/con tu guitarrita vieja y desafinada./Aunque de pronto veas pasar corriendo descalzo y pálido y asustado señor/ladrón de un par de zapatos,/cantale una canción./Y a esos todo-todo-poderosos/arrasando muñecos con sus máquinas voladoras/con anteojos oscuros y bigotitos/metiendo ruido infernal/cantales también./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./En tu rincón,/debajo del neón,/pasando frío-hambre-lluvia/pero siempre con una canción./Canta, Diana, canta./Hasta que esas luces malditas se apaguen de verguenza./Canta que enfrente te escuchan./Los albañiles de la obra en escena te aplauden.Y te piden que les hagas un paquetito con tus canciones,/para llevárselo a la casa y escucharte junto a la patrona y a los pibes./"Piden queso no les dan,/piden pan tampoco les dan,/en cambio les tiran huesos/y les cortan el pescuezo"/Canta, Diana, canta, que tu canto no va en vano./Aunque un buen día te vengan a buscar y los a tirones te lleven./Aunque destrocen tu guitarrita a golpes./Aunque no se te vuelva a ver jamás./Canta, Diana, canta sin miedo,/que tu canto vive, trasciende,/aún sin ser escuchado,/aunque a las grandes señoras les moleste tu presencia,/debajo del prende y apaga del neón.


Para añadir a "Diana que canta":


Testimonio de un albañil que no quiso dar su nombre: "Nos cantaba todo el tiempo mientras nosotros trabajábamos. Y la escuchábamos también mientras morfábamos nuestros sánguches de salame y queso con vino tinto en los mediodías. Muchas veces le convidávamos pero ella no quería, nos seguía cantando nomás. Nos alegraba la vida. Hasta que un día no la vimos más. Hay quien dice que una noche se la llevó la cana porque parece que andaba metida en política. Pero yo no creo, no creo que esa chica anduviera en eso... Nosotros la extrañamos mucho, ¿sabe?, era la única que se acordaba de nosotros ¿sabe?..."


(circa 1978, Buenos Aires, Argentina)