sábado, 13 de octubre de 2007

MIS COMPAÑEROS DE TRABAJO




Mis compañeros de trabajo no hicieron ningún comentario sobre los 40 años de la muerte del "Che", tampoco dijeron nada acerca de la condena perpetua a Von Wernich ni jamás se pronunciaron sobre la desaparición de Julio López.
En cambio sí mis compañeros de trabajo se la pasaron hablando del pete que hace Wanda Nara en un video por Internet, de si Boca va a desplazar a Independiente de la punta, de quien va a ser el próximo en abandonar la casa de Gran Hermano o como anduvo patinando por un sueño la noche anterior con Tinelli. También dedicaron como siempre el espacio al mercado de las zapatillas más caras, los televisores más caros, los celulares más caros y de cómo hacer guita sin laburar. Se comentaron además entre ellos los números ganadores de las quinielas matutina, vespertina y nocturna. El momento político-social se lo consagraron, como ya es habitual, a como eliminar a los bolivianos, peruanos y paraguayos de una buena vez por todas no dejando de hacer la diaria invocación de que aquí hace falta mano dura matando a cuanto cartonero, piquetero, linyera, gay, puta o mocoso drogado que aparezca por las calles de Buenos Aires.

Evidentemente mis compañeros de trabajo tienen muchos más motivos de preocupación que yo.

¿DÍA DE LA RAZA? ¿FESTEJO?

Foto: Liliana Maresca




¿Qué día?
¿Qué raza?
¿Qué festejo?

La fiesta de los depredadores.
Los comienzos de la devastación y el genocidio en estas tierras.
Hasta que llegaron ellos el paraíso quedaba aquí.

ENCUENTROS CON VALERIA




Lo que más me gusta de Valeria cuando nos encontramos es cómo toma el café. Su particular forma de jugar con la cucharita, revolviéndolo varias veces mientras se mira a sí misma frente a un espejito y se restrega el pelo sin dejar de hacer comentarios sobre su tía Emma y sus amigas. Siempre busca sentarse cerca de algún lugar que le permita verse a sí misma para retocarse. Cuando llego al bar ella está esperándome. Elije justo la mesa que se encuentra en el medio del salón porque está ubicada al lado de una columna revestida de desgastados espejos por sus cuatro lados. Yo prefiero las mesas que se encuentran junto a los ventanales que dan a la calle, me parecen más espaciosas, más ventiladas. Sin embargo su obsesión por observarse a cada instante es más fuerte aunque no se sienta cómoda. La encuentro en plena ceremonia de revolver la tacita. Le traen dos sobrecitos de azúcar, pero ella no los usa, los detesta; prefiere los terrones, pero como éstos se encuentran en vías de extinción, prefiere tomar el café amargo. Una vez me confesó que le gustaban más los terrones pues gozaba chupándolos, como cuando de niña le daban la Sabín oral. Lo cierto es que disfruto de todas esas cosas que hace Valeria frente a mí, mientras me pone al tanto una vez más de las últimas andanzas de su tía y luego del panorama general de sus amigas y compañeras de trabajo, cosas que no me interesan, aprovechando ese espacio de tiempo de su monólogo para mirar de reojo hacia uno de los espejos de la columna donde veo una vez más reflejados aquellos días en que mi viejo me llevaba a los encuentros con sus amigos en el viejo café de la Avenida Forest y Jorge Newbery, allá por Chacarita.

Entonces me acuerdo de aquellas mesas de madera, a las cuales se sentaban Ricardo, Juan, el gallego Manolo, Raúl Truchuelo y junto a él mi viejo que, a la vez, me hacía sentar sobre una de sus piernas. Casi todos pedían café, salvo Raúl Truchuelo que ordenaba su Cinzano con troilet y todo. A mí me daban a elegir: Bidú o Coca, yo pedía Bidú, no porque me gustara sino porque me caía simpático el nombre y además me quedaba con la chapita que no era tan fácil de tener como las de la Coca una vez que el mozo la destapaba, sinó Truchuelo la agarraba con sus grandes manos y enfervorizado con lo que decía, la doblaba y la tiraba sobre la mesa mientras también tomaba algunos maníes sin pelar para acompañar el aperitivo. Después de tomarme la Bidú me bajaba de la pierna del viejo y me iba a jugar con el gato que deambulaba de mesa en mesa, al que a veces le daba algunos maníes que se le saltaban a Truchuelo, quien me guiñaba un ojo en señal de picardía.

Valeria, entretanto, termina de hablar y se toma el café ya frío, de un solo trago.
Ambos miramos nuestros respectivos relojes. Ya es hora de irnos. Entonces nos despedimos hasta el martes que viene, a las seis de la tarde, religiosamente. Llamo al mozo para pagarle y ella en ese instante como lo hace desde que iniciamos estos extraños encuentros, se da cuenta de que no consumí nada. El mozo ya ni se molesta en preguntarme si voy a tomar algo. Él ya sabe a qué vamos.

A Valeria le sirve para decir lo que a nadie le va a interesar escuchar, a mí para verla como toma el café y hace esos movimientos tan originales con la cucharita, con su pelo, con sus ojos y su cabeza toda y de paso puedo viajar hacia aquellos días de mi infancia que nunca olvidaré, nunca olvidaré. En el encuentro de la semana que viene tal vez me remonte a la casa de mi tía Alcira en Chivilcoy. El martes que viene. A las seis de la tarde.

lunes, 8 de octubre de 2007

MI CHE


Mi Che.
Recuerdo ese día.
Yo tenía 15 años.
Era muy pendejo todavía.
Pero esa foto en primera plana de los diarios.
Esa foto.
Ese cadáver.
Esos ojos abiertos.
Esa mirada muerta pero viva.
En el 73 pude comprarme su "Diario en Bolivia"
Jamás me despegué de él.
Ni la dictadura pudo sacármelo.
Me pregunté cuantos Che necesitaríamos.
Esa mirada sigue viva.
"No nos vimos nunca", dijo Cortázar,
Yo lo sigo viendo todos los días.
Su mirada muerta pero viva
me dice tántas cosas.
Mi Che.

LOS "MERECIDOS HOMENAJES"


Sí, se acuerdan de esa mansión donde habitaron los Anzurregui pero jamás van a nombrar la casa de Doña Rosa de Albasini, la partera del barrio que nos trajo al mundo al primo Robertito, a la prima Mony, a mi hermano Alito y a mí y que tenía una hija adoptiva que la llamaban la Mónica y un día se fue y nunca más se supo de ella.

Sí, se acuerdan de ese hotel donde en 1906 se albergó el Conde de Turkenón pero no hacen mención de la esquina donde el frutero al que llamábamos "el conde" estacionaba su carro todas las mañanas para vendernos manzanas, bananas, peras, naranjas, bergamotas y limones.

Sí, se acuerdan del monumento que le hicieron al General Irizabarragni pero ni siquiera pusieron una placa recordatoria en memoria de aquel caballo que apareció muerto frente al corralón de los Garibaldi la mañana del 7 de julio de 1959.

Sí, se acuerdan de la cancionista Elba Gracián nombrándola Ciudadana Ilustre pero ni un ápice para la tía Chola que se la pasó recortando y pegando notas, reportajes y fotos de la misma en álbunes con tapas de cuero y comprando todos sus discos y viendo todas sus películas durante cerca de cuarenta años.

Sí, se acuerdan de escritores como Dalmasio Benavídez, Raimunda Flores o Fulgencio Arnáez pero jamás emitirán juicio alguno sobre mis obras completas (1952-2007), de las cuales extraigo el presente párrafo.