domingo, 11 de enero de 2009

UNA NOCHE EN LO DE WASHINGTON



Haber llegado a esto. En este estado. No poder levantarme de la cama. Ya son como las ocho de la noche y yo acá, en esta pieza miserable, sobre este colchón hundido que ya ha tomado la forma de mi cuerpo. No, no aguanto más. Desde las dos de la tarde acostado dando vueltas y más vueltas, tratando de quedarme dormido. Hace como tres noches que no puedo conciliar el sueño. Esa opresión en el pecho y esa angustia insoportable. No, no, no soporto más vivir así. Ya no me atrae más la lectura. Hice varios intentos por retomar el Ulises y no puedo leer más que su primera página sin siquiera recordar lo que leí. Finalmente me quedo siempre mirando el techo y pensando en aquellos días con Marilú. ¿Para qué? ¿Me podés decir? No puedo desprenderme de toda esa época. Lo único que hago es eso: mirar el techo, revivir esos días y fumar, fumar, fumar esta pipa. Al final es lo único que me queda. La pipa y esos dos o tres libros que pude rescatar. ¡Pensar que tuve tanto!... Haberlo perdido todo. Todo por esa mina. Un tipo como yo… Le voy a tener que pedir a Laura que me consiga un Lexotanil del hospital. Otra noche sin dormir y me vuelvo loco. Tengo que salir de esta miserable cama. Ya no aguanto más.



Luciano sale de la pensión afeitado y perfumado. Se encuentra con Laura, la enfermera, que también se va.
- Hola, Laura ¿te vas a laburar?
- Sí, hoy me toca.
- Decime, ¿me podrías hacer un favor?
- Sí, ¿qué necesitás?
- ¿Me conseguirías aunque sea una pastilla de Lexotanil? ¡Hace como tres noches que no puedo dormir! ¡No doy más!...
- Sí, no hay problema. Te traigo un blister, si querés, así te quedan… por si te sigue el insomnio.
- Uy, Laurita, sos un amor… ¡No sabés cómo te lo voy a agradecer! Hacé una cosa ¿querés? Cuando vuelvas del hospital a la mañana golpeame la puerta de la pieza y alcanzámelas. Lo más probable que esta noche tampoco duerma.
- Sí, no hay problema, te las alcanzo. Ahora te tengo que dejar, perdoname, pero es que se me hace tarde Chau.



Lo de siempre por estas calles. Las veredas rotas, la basura desparramada, los perros sueltos llenando de mierda las pocas baldosas sanas que quedan y esos tres vagos en la esquina tomando cerveza y hablando a los gritos. Uno de ellos está jugando a las bolitas. Bolitas. ¡Cuánto tiempo hacía que no las veía! ¡Si habré jugado con ellas cuando era pibe! ¿De dónde las habrá sacado este boludo?



No es fácil encontrar la entrada del boliche de Washington. Hay que entrar a esa casa del pasillo largo, ¿ves?. Entonces la primera puerta no, la segunda tampoco, la tercera. La tercera es. Levantás el picaporte despacito, porque si no se sale y después es complicado volverlo a poner en su lugar, y pasás. Te vas a encontrar con un patio de baldosas blancas y negras como un tablero de ajedrez, macetas con malvones, lazos de amor, potus, ficus y alguna que otra amarillis. Al frente vas a ver las tres piezas unidas. Vos entrá por la pueta del medio y pasá nomás y te vas a encontrar con el boliche. No tengas miedo si los pisos se hunden mientras caminás, ya es así. Tal vez te resulte algo tenebroso pero una vez que te sentás en alguna de las mesas te vas a sentir cómodo. Cuando una morocha grandota se te acerque a tomar el pedido le decís que te mandé yo, ¿sabés? Ahí solo entramos nosotros o los que nosotros recomendamos, dar mi nombre es como una especie de contraseña ¿viste? Y de ahí en más te podés quedar todo el tiempo que quieras y todas las veces que se te cante. Podés comer, tomar un café, una cerveza, lo que quieras. No sabés como cocina la morocha, Isabel, que es la mujer de Washington. Pero cuando vayas, antes de ir avisame que yo llamo y les aviso que les mando una persona así y asá que va a dar mi nombre. Entonces nos quedamos todos tranquilos. ¿Entendés? Imaginate que ese local está en total contravención. No paga impuestos ni tiene habilitación municipal, ni nada, es como si fuera una casa de familia pero transformada en boliche.
(Explicación que le dio Omar a Luciano en octubre de 2005, cuando éste alquiló la pieza de una pensión de la zona, donde Omar también alquilaba)



“No está tan mal este lugar después de todo”, piensa Soledad en una de las mesas al lado de la que está contra la pared mientras come arroz con pollo y queso con una copa de tinto.



Si no fuera por Omar este boliche no lo conocería. Me encanta estar acá. Con esa música de fondo de vinilo rayado. Hoy puso el long play de Billie Holiday, el que me gusta a mí, el que tiene “Summertime” de Gershwin. Por suerte no ocuparon mi mesa favorita. Qué loco todo esto: en la mesa que está a mi izquierda hay una mina que está comiendo arroz con pollo. Me apesta el olor al queso rallado. Voy a encender la pipa como para contrarrestar y ver si mientras tanto voy leyendo el Ulises aunque me gusta más escuchar a la Holiday hasta que termine el disco. Ahí viene Isabel.
- ¿Qué tal le anda la vida, Luciano?
- Medio deprimido, a ver si me traés un fernet doble con cola y me levanta el ánimo. Después veo si como algo.
- Hoy preparé unas costilletas de cerdo tiernizadas con leche que están para chuparse los dedos, todavía quedan dos, si quiere se las reservo.
- Bueno, dale, pero sin apuro, quiero estar tranquilo y disfrutar del fernet y la pipa, después me pondré a leer este libraco y si tengo hambre te pido las costilletas, ¿podrán ser con fritas?
- ¡Pero por supuesto, Luciano! Usted ya sabe que acá lo que no tenemos lo conseguimos enseguida.
(Le hago un gesto a Isabel para que me diga quién es esa mina que está sola en la mesa de al lado comiendo arroz con pollo)



Washington detrás del mostrador le guiña un ojo a Luciano mientras éste va fumando pausado y le sonríe.



Ya me va pasando un poco el bajón, Hmmm, ese sabor que tiene el tabaco inglés… me lo va a estropear el fernet… Ah, ese tema que canta la Holiday ¡qué maravilla!... ¿Cómo se llamaba?... El hombre que yo amo, creo. Yo, a ese disco lo tenía, allá cuando vivíamos con Marilú en el bajo Belgrano. Maldita inundación esa que se me llevó todo…



En cada mesa hay un viejo cenicero de lata dorado con la publicidad gastada de Cinzano, un salero y un palillero ambos de vidrio y una cajita con naipes a la que Luciano toma con su mano derecha (con la izquierda sostiene la pipa) y observa detenidamente:

Paralelepípedo azul con letras blancas

De cartón algo gastado

Contiene 4 naipes Fourrier

En el frente, el sello del fabricante

“Francisco Fourrier, España”

Y atrás, muy cómicos, 3 chimpancés jugando póker.

Nunca pude jugar a los naipes. Marilú siempre se quejaba porque yo no podía entender ninguno de los juegos que se pueden practicar con éstos. Siempre traté de desaparecer cuando llegaba alguien y quería jugar a las cartas. No sé, nunca me atrajeron ni los entendí. Ni siquiera la escoba de quince ni el chin-chón. Prefiero la lectura. A ver si puedo con el Ulises. Ahora creo que queda un tema más de Billie Holiday y empiezo a leerlo. Pero que no se me apague la pipa, carajo… uh, ahí ya viene Isabel con el fernet cola…



Entran tres muchachos de esos del barrio y se acercan al mostrador para saludar a Washington. Bromean con él sobre fútbol. Uno de ellos arroja sobre el mostrador algunas bolitas. Dos dicen ser hinchas de Boca, el otro de Ríver y Washington de Peñarol porque es uruguayo.



“Fútbol, qué boludos”, piensa Soledad mientras va terminando su arroz con pollo. “¡Ahhh, ese perfume a tabaco para pipa!... El tipo que la fuma debe ser especial… ni lo quiero mirar… a ver si todavía me gusta….” . Levanta un brazo y lo llama a Washington para que le traiga un café.



Los muchachos se sientan en una mesa alejada a las de Soledad y Luciano, hasta ese momento los dos únicos clientes que hay en el lugar. Piden cervezas y siguen bromeando, hablando a los gritos, riendo a carcajadas.



Se termina el disco de Billie Holiday. Luciano ya está tomando su fernet-cola. De pronto siente un fuerte dolor en el pecho. Se reacomoda en la silla, se pone firme, no le da importancia. Washington pone un disco de Vinicius con Toquinhio y María Bethania y le lleva el café a Soledad, la que se da vuelta y mira a Luciano. Él baja los ojos. Hace como que lee el libro. Se escucha “Felicidade”, de Vinicius.



El olor de la pipa era dulce y no me molestó, a pesar a que todavía no había terminado de comer. Luego, cuando el mozo me trajo el café, casi diría que me gustó aquel aroma que llegaba desde la mesa de al lado. Finalmente mi curiosidad pudo más que mi indiscreción, y me dí vuelta para mirarlo. Era tal como lo imaginaba.
(Le confiesa días después Soledad a su prima la Pirucha recién llegada de Villa María en la mesa de un bar de Rivadavia y Saavedra)



Cuando Miguel Ángel entra a lo de Washington lo vé a éste desesperado que se le acerca y le dice: “¡Llegaste justo, botija, vos que sos estudiante de Medicina, se me quedó un cliente doblado en la mesa!. Con la Isabel lo movimos y todo, y nada, che, está pálido, frío, duro… me… me… ¡me parece que está muerto, vení vení…!”, y lo lleva al joven hasta la mesa donde está tirado Luciano con el vaso de fernet volcado sobre el libro y su brazo izquierdo caído aún sosteniendo con firmeza la pipa ya apagada. Alrededor de la mesa están los tres muchachos ahora callados y serios. Soledad lo mira asustada. Isabel tratando de reanimarlo. “Sí, Washington, no hay nada que hacer, el chabón crepó”, le dice Miguel Ángel fría y terminantemente después de haber revisado minucioso a Luciano.
“¡Llamá urgente a Omar!”, ordena Washington a Isabel, la que va rápidamente hacia el teléfono negro de baquelita que está sobre el mostrador.
Uno de los muchachos se le acerca a Washington y le comenta por lo bajo abrazándolo: “Quedate tranquilo, viejo, nadie se va a enterar que este tipo se quedó muerto acá, nosotros nos encargamos de llevarlo a la pensión y hacemos pasar como que murió ahí. Quedate piola porque mi tío es el comisario de la seccional de la zona, además es amigo del dueño de la pensión". A Washington se le caen las lágrimas. Isabel lo besa.



Ocho menos cuarto de la mañana. Laura regresa del hospital. "Me olvidé de traer el Lexotanil para Luciano", se dice a sí misma mientras bosteza, "no importa, ahora le alcanzo uno de los míos". Pasa por la esquina. Los muchachos del barrio están dormidos tirados en la vereda. Tres botellas de cerveza vacías ruedan sobre las baldosas. Los perros siguen sueltos, las veredas rotas, la basura diseminada por todas partes.

6 comentarios:

viviana dijo...

Aníbal: tu blog es excelente, tan excelente como tus cuentos, tus poemas y como la calidad de ser humano que sos. Sabés que lo que te lo digo no son cumplidos. Bellísimo tu blog. Felicitaciones!!!!!!
Viviana Pelle

Anónimo dijo...

Muy buen relato, Aníbal, se pueden ver en instantanea cada imagen... muy de una época...

Gabriela Abeal.

Silvia Loustau dijo...

Excelente relato, Anibal,tiene un tempo casi cinematográfico, con la cámara yendo de un personaje a otro.Un friso de la realidad.Creo que has trabajado cada sentido y uno lo siente a medida que transcurre en su lectura. Malegro de este revivir del tu blog. Un abrazo de

Silvia

Anónimo dijo...

Excelente relato.
Todo sigue igual -las baldosas rotas, la basura desparramada, y el insomnio y soledad de perdedores - Es casi una metáfora de muchos destinos argentinos empujados a la marginalidad pero aferrados hasta último momento a un sueño: en este caso, quizás un pedazo del sueño estaba en el Ulises.

diana poblet dijo...

Muy bueno. El Ulises metido ahí me pareció genial,en realidad debe de ser, para ser honesta que si yo tuviese insomnio elegiría ese libro, me parece soporífero.
Tu relato pasea , conduce, precipita, muy bueno,con ese perfume marginal que debe de conservar lo urbano.
Con mi abrazo,
d.

mario dijo...

qué tal, Aníbal,
quería decirte que fue un gustazo recorrer tu blog, un gustazo que me daré el gusto de repetir a la brevedad,

un abrazo,