domingo, 24 de junio de 2007

NOMEOLVIDO

Foto: Alicia D'amico "La Ronda", 1988 - Plaza de Mayo, Buenos Aires, Argentina.


"La memoria estalla hasta vencer
a los pueblos que la aplastan
y que no la dejan ser
libre como el viento."

León Gieco ("La memoria")



Botas


Sobre las baldosas del patio,

Gendarmes.

Botas que patean los sentimientos,

Triciclos oxidados,

El sillón de mimbre desarmado,

Macetas con tierra reseca derribadas,

La pava y el mate olvidados.

Cortaron el tránsito de la vida,

Las risas de los pibes,

La música de los pendejos,

Los sueños de los viejos.

Y ya no mas ropa blanca tendida.

Sólo vidrios rotos y cosas tiradas.

Libros quemados.

Papeles y fotos.

Todo desparramado.

Cascos verdes, eso sí.

Seguridad Nacional, El País.


Sobre las baldosas del patio, Gendarmes.

Botas que pisotean malvones,

Un canario asesinado,

(tenía el pechito rojo, pobrecito),

Y al fondo, contra la parra,

Cadáveres apilados.

Manos quietas, brazos duros,

Puños cerrados, ojos en blanco,

Bocas entreabiertas, pechos lastimados,

Ropas desgarradas, uñas levantadas,

Cabellos arrancados.

Y el pubis de las niñas...

Oh!, El pubis de las niñas...


Y ya no mas mesa en el patio.

Sólo pasos y mas pasos,

Prolijos y ordenados,

Precisos y disciplinados,

De punta a punta,

De noche y de día,

Pasos que aplastan hormigas.


A modo de luna, en el cielo,

una boca dolorida se abre,

Y de ella solo se escucha el lamento.

Lamento de madres y abuelas,

De hijos y nietos.

Mientras que sobre las baldosas rotas,

Las botas no cesan su marcha,

Inquietas buscan,

Siguen buscando,

A ver si todavía se encuentra algo.



En la terraza


Juan no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba. Sin embargo, Juan estaba. Parado, apoyado contra la parecita que daba a la fábrica de resortes, fumando y mirando como el humo que largaba desaparecía casi mágicamente por el viento. Juan pensaba, recordaba, se le aparecían imágenes sueltas, épocas sueltas, mientras fijaba su vista en la ropa tendida, en cómo se embolsaba esa sábana blanca de dos plazas con un agujerito en el medio. Juan abría sus oídos a los ruidos del viento, a las chapas del techo de la fábrica de resortes que sonaban quejosas. Más allá el galponcito de las cosas viejas, una botella de ginebra vacía y perdida rodando por las baldosas, yendo y viniendo bajo los caprichos del viento. Y Juan tratando de capturarla, sabía que en ella se ocultaba algún recuerdo. La tomó en sus manos y la acarició suavemente mientras le quitaba la tierra que el tiempo le había impregnado. Volvió a recordar, a reconstruir escenas sueltas, a pensar en aquellos rostros frescos, felices, en aquella noche estrellada de verano. Se agachó frente a una lata oxidada que hacía de maceta de un raquítico malvón. Lo vio durante un instante lleno de flores rojas, se vio a él mismo, arrancando una de sus flores para entregársela a Lucía que estaba sentada aquella noche en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón.Y arriba el cielo seguía blanco, gris, gris oscuro. Del otro lado la casa que había sido de los Ferraroti vacía y sola. Mas acá la calle ya sin los gritos de los pibes jugando a la pelota, de vez en cuando un colectivo 7 pasaba como aburrido y bostezando cortando el sonido del viento. Los recuerdos se le seguían apareciendo en esa terraza que desde muy pibe conocía muy bien baldosa por baldosa. La terraza de la casa de los viejos, la misma donde quince años atrás aquella noche estrellada de verano y de amigos habían preparado un asado. Trató de ubicar exactamente dónde habían puesto la mesa. Y se acercó a ella. Vio los platos aún sin servir y los vasos vacíos, las dos abundantes fuentes de ensalada criolla que habían hecho las chicas: Lily, la Negra, Patricia y Lucía. Mientras ellas seguían abajo, en la cocina preparando algo para el postre, Juan se acercó a la mesa tomó uno de los vasos vacíos y lo llenó de vino tinto de la damajuana recién abierta por Juanca, uno de sus amigos. El resto de los muchachos estaban junto a la parrilla charlando y contando cosas que los hacían reír. El Bocha era el asador y tanto Juanca como Luis lo acompañaban mientras cada uno sorbía su copa de tinto. Sin embargo Juan prefirió permanecer alejado del grupo, mientras recorría la terraza. Se detuvo junto al viejo Wincofón justo cuando en ese momento estaba sonando "Help!", de Los Beatles. Pudo ver también que aparte de sus discos favoritos, tanto las chicas como sus amigos habían traído otros, de pronto se detuvo en un long-play de Salvatore Adamo: "Con mis manos en tu cintura" era uno de los temas que contenía y que a él más le gustaba. El sobre del disco en su contratapa estaba firmado en birome: "Lucía".¿Porqué dejé a los muchachos solos? ¿Qué van a pensar de mí esta noche? Encendió otro cigarrillo y se encontró de nuevo en la terraza desolada en esa tarde de frío y viento. La sábana blanca con un aguerito en el medio flameaba furiosamente tapando en parte la casa de los Ferraroti. Se asomó por la tapia y vio la piecita de arriba con la puerta semiabierta, abajo el patio vacío y sucio, y más atrás el jardín ahora tapado de yuyales.

Se comentaba que a los Ferraroti se los habían llevado una noche y nunca más se había sabido de ellos. La casa parecía totalmente vacía pero nadie sabía quién la habìa vaciado. Se quedó un rato pensando hasta dar la última pitada al cigarrillo y volvió a aquella noche donde Lucía lo miraba mientras comían el asado y se reían de cualquier boludez , mientras vaciaban la damajuana de tinto y el Wincofón les hacía vibrar ahora con Sandro. Juan sugería escuchar a Viglietti. A Lucía también le gustaba. Sin embargo Adamo... también te gusta , pensó. "Con mis manos en tu cintura" me gusta, te gusta. En realidad quisiera con mis manos en tu cintura tenerte junto a mí. Después vinieron los postres. El Bocha se apareció con una ginebra, tomó un trago del pico de la botella y se la pasó a Juan. Ahora la botella seguía su danza sin fin vacía y sucia dejándose llevar por el viento sobre las baldosas de la terraza junto al ruido que hacían las chapas del techo de la vieja fábrica de resortes y otro colectivo 7 cruzaba la esquina acelerando sin levantar un solo pasajero. Esa noche habían colgado varias lamparitas de un cable improvisado por el mismo Juan para iluminar la terraza, sin embargo no hubieran hecho falta ya que tanta estrella en el cielo y la luz de los ojos de Lucía iluminaban tanto... le pudo decir después, después que le entregó la flor del malvón, después que bailaron con Adamo "Con mis manos en tu cintura" aunque Viglietti les gustaba a los dos, después que se tomaron todo el vino y toda la ginebra, después que se fueron todos, después que ellos dos solos también se fueron caminando por el barrio en medio de tanta noche y tanto encanto...

En la vieja y desinfectada habitación del único telo del barrio pudieron declararlo todo, desde sus sexos deseosos y jugosos, hasta sus ideas y proyectos. Nunca Juan había coincidido tanto con una mina, ni Lucía con un tipo... Pasaron los años y ninguno de los dos jamás se hubiera imaginado que él iba a tener que irse a España y allí laburar de lavacopas mientras le escribía cartas a Lucía que nunca fueron contestadas y ella aquí secuestrada, violada y destrozada después de tanta tortura...Cuando Juan volvió a Buenos Aires alguien se le acercó para avisarle que habían encontrado los restos de ella. Que no cabía ninguna duda que eran los restos de ella. Estaban enterrados en los fondos de un cementerio bonaerense junto a tantos otros. Pero él no lo creyó. Lucía seguía viva ahí, en esa terraza con la música de Adamo, riéndose mientras saboreaba su vaso de tinto y lo miraba con interés o cuando se sentó en esa silla que ahora estaba tirada toda rota y resquebrajada en ese rincón. Seguía viva como la flor del malvón, la botella de ginebra, aquella noche estrellada de verano, pese a que no sabía porqué llegó a la terraza esa tarde. Estaba nublado y frío y soplaba mucho viento ahí arriba.


Diana que canta


Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Con tu guitarrita vieja y desafinada,/tratas inútilmente de decirles cosas,/para que se den cuenta./Y ellas-ellos pasan a tu lado con las orejas cerradas./Con las mentes cerradas./Hacen así,/así las grandes señoras,/con sus carritos llenos de envases,/hacen así,/así los grandes señores,/con sus carritos llenos de botellas,/hacen así,/así no me gusta a mí./Canta a la vida,/canta a la muerte./Un canto de eternidad. Y un envase descartable,/ya vacío pateado y sucio sin eternidad/como esos mismos ellas-ellos/para ser empujados por el viento,/como tantos otros./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./Y arriba tuyo las luces de neón,/con su prende y apaga/que nunca se acaba./Quizás con menos vida que tu canto./Canta Diana tu canción/aunque no les llegues al corazón/y crean que estás loca,/canta tu canción./Aunque las grandes señoras te aplasten con sus caparazones./Sin permiso municipal ni empresarial,/con lo que tienes puesto nomás, así de sencillita,/con tu guitarrita vieja y desafinada./Aunque de pronto veas pasar corriendo descalzo y pálido y asustado señor/ladrón de un par de zapatos,/cantale una canción./Y a esos todo-todo-poderosos/arrasando muñecos con sus máquinas voladoras/con anteojos oscuros y bigotitos/metiendo ruido infernal/cantales también./Canta que te canta/lo que se te canta/sin ser escuchada./En tu rincón,/debajo del neón,/pasando frío-hambre-lluvia/pero siempre con una canción./Canta, Diana, canta./Hasta que esas luces malditas se apaguen de verguenza./Canta que enfrente te escuchan./Los albañiles de la obra en escena te aplauden.Y te piden que les hagas un paquetito con tus canciones,/para llevárselo a la casa y escucharte junto a la patrona y a los pibes./"Piden queso no les dan,/piden pan tampoco les dan,/en cambio les tiran huesos/y les cortan el pescuezo"/Canta, Diana, canta, que tu canto no va en vano./Aunque un buen día te vengan a buscar y los a tirones te lleven./Aunque destrocen tu guitarrita a golpes./Aunque no se te vuelva a ver jamás./Canta, Diana, canta sin miedo,/que tu canto vive, trasciende,/aún sin ser escuchado,/aunque a las grandes señoras les moleste tu presencia,/debajo del prende y apaga del neón.


Para añadir a "Diana que canta":


Testimonio de un albañil que no quiso dar su nombre: "Nos cantaba todo el tiempo mientras nosotros trabajábamos. Y la escuchábamos también mientras morfábamos nuestros sánguches de salame y queso con vino tinto en los mediodías. Muchas veces le convidávamos pero ella no quería, nos seguía cantando nomás. Nos alegraba la vida. Hasta que un día no la vimos más. Hay quien dice que una noche se la llevó la cana porque parece que andaba metida en política. Pero yo no creo, no creo que esa chica anduviera en eso... Nosotros la extrañamos mucho, ¿sabe?, era la única que se acordaba de nosotros ¿sabe?..."


(circa 1978, Buenos Aires, Argentina)

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